LA CUNA DE UN ÁNGEL
Una vez nada más
Mi hermana Vanesa era perfecta en todo, su pelo era sedoso, largo y de un dorado claro. Sus ojos verdes hacían que la gente quisiera tener la mirada fija en ella de tan cristalinos que se veían. Su nariz era pequeña y sus labios gruesos enmarcaban una sonrisa que dejaba ver unos dientes blancos de corte ordenado. Tenía largas piernas y una cintura que resaltaba entre sus caderas anchas.
Cuando caminaba estiraba la cabeza y su cuello parecía de cisne. Al salir de casa y poner un pie en la calle la gente la miraba de reojo o había quien sin discreción alguna volteaba hacia ella o se paraba a mirarla.
No conforme con esto, tenía una voz preciosa, mucho ritmo al bailar y un carácter agradable. Siempre sonreía, siempre cantaba, siempre estaba alegre.
En la preparatoria tenía muchos amigos y aparecía frecuentemente en el cuadro de honor por sus altas calificaciones.
Todos los días tenía yo que vivir con la envidia de querer ser como ella, de parecerme a ella, de que me adularan como a ella pero la realidad era muy diferente. No podía estar orgullosa de Vanesa porque yo, Bertha Carrasco, era todo lo contrario a mi hermana.
Mi inteligencia era reducida al igual que mi estatura que apenas llegaba a un metro con cincuenta centímetros, mi cuerpo era regordete sin cintura alguna, mis pies eran grandes, casi deformes para mi pequeña estatura y mi rostro era grasiento, siempre con gotas de sudor que resbalaban por mis mejillas. Aunque mi pelo era de un dorado claro como el de Vanesa, el mío parecía muerto, no tenía brillo ni era sedoso. Mi nariz era grande, chata y mi boca pequeña dejaba ver más las encías que los dientes cuando yo me reía.
Toda yo era un desastre de la naturaleza, me sentía fea, me sentía gorda, me sentía horrible, casi monstruosa.
Mis padres adoraban a Vanesa, quizás porque veían en ella la posibilidad de salir de nuestra pobreza extrema. Vivíamos en una casita de espacios reducidos que no era nuestra. Pagábamos $700 pesos de alquiler cada mes por dos cuartitos pequeños donde dormíamos amontonados mis padres, hermanos y yo.
Vanesa era la mayor de todos los hermanos, luego seguía Juan, yo y cuatro hermanitos más pequeños.
Vanesa, Juan y yo soñábamos con tener una casa más grande, un auto y todas las comodidades para que mis hermanitos más pequeños no sufrieran.
Mi hermana quería entrar a la universidad y fue a presentar el examen de admisión para ser arquitecta. El día que dieron los resultados en que ella si pasó las pruebas hasta hicimos cena en la casa, pues era un gran orgullo para mis padres que una de nosotras -que éramos tan pobres- pudiera hacer una carrera universitaria.
Vanesa entró a trabajar en una tienda como demostradora de productos de belleza pues necesitaba reunir dinero para su ingreso a la universidad. En este lugar, una de las clientas le ofreció un empleo como bailarina en una discoteca. El sueldo era asombrosamente alto y aceptó sin pensarlo siquiera. Apenas tenía una semana de trabajar como demostradora de productos de belleza cuando renunció para convertirse en una hermosa bailarina de un centro nocturno.
En la discoteca conoció a Rubén, un hombre de mucho dinero y de buen ver. Él era casado, pero le hizo saber a Vanesa que nada le faltaría. Le compró un automóvil, ropa muy cara y la llevaba de viaje de manera frecuente.
Yo veía como mis padres no decían nada, creo que hasta les gustaba que un señor tan rico llegara a nuestra casa.
Rubén le regalaba cosas a mi mamá y a mi papá, inclusive dinero y en la casa había siempre comida; ahora teníamos una televisión, video y el automóvil de Vanesa que nos llevaba a todos lados.
Rubén ya no dejó que mi hermana entrara a estudiar le prohibió ir a la universidad y le dijo que él se ocuparía de todos sus gastos.
En mi hogar todo cambió para bien en lo económico, pero para mal en otras cosas que a mí me parecían desastrosas para Vanesa, pues ella llegaba a casa drogada, se le acabó el brillo en su pelo y en la mirada. A veces Rubén la dejaba en casa y parecía como si tirara un trapo, pues Vanesa llegaba inconsciente de tan alcoholizada o drogada que estaba y se quedaba tirada en cualquier lugar de la casa.
Mi papá y mi mamá callaban, no decían nada que pudiera romper el encanto del dinero, pues veían en Rubén una fuente segura de ingresos, aunque eso costara la perdición de su propia hija.
Rubén se llevó también a mi hermano Juan a trabajar de guardia a la discoteca y luego eran dos los que llegaban en mal estado, pues en ese lugar corría la marihuana y la cocaína como si cualquier cosa.
Creo que la única que tenía cordura en ese hogar era yo, que apenas tenía doce años y estudiaba en la secundaria.
Tantos problemas había en la casa diariamente con
Vanesa, Juan y con mi papá, que ya no quería trabajar y con mamá siempre gritando porque mis hermanos dormían todo el día y ella no podía limpiar, que yo me sentía feliz en la escuela.
A la salida de clases nos juntábamos todos mis compañeros y nos íbamos a platicar en un arroyo cercano. Ahí hablábamos de nuestras cosas y como ya los conocía de todo un año de clases, entre ellos no me sentía mal por mi fealdad.
Ya estaba yo acostumbrada a sus bromas de que me dijeran gordita para todo o que me pusieran apodos como “calabaza”, porque estaba gruesa y bajita, pero todo se olvidaba cuando nos contábamos chistes o historias de la escuela.
En el grupo había un muchacho, no tan guapo, pero de un carácter lindo. Él se llamaba Vicente, hablaba mucho conmigo y esto a mí me gustaba, pues él era inteligente y bien vestido, aunque su rostro era tosco y sus manos también.
Vicente y yo empezamos a separarnos de los demás para platicar mejor y sucedía a veces que cuando ya todos se habían ido del lugar donde nos juntábamos a la salida de clases, él y yo seguíamos otro rato más conversando.
Un día se nos hizo noche, él se fue acercando a mí poco a poquito y me dio un beso en la boca. Esta era la primera vez que me besaban, así es que llegué a casa sintiéndome en las nubes. No me importó lo que pasó esa noche en casa, no recuerdo nada ni que fue lo que cené ni si hice mis tareas, nada de nada absolutamente, yo no sentía ni mis pisadas.
Varios días anduve como flotando, todo era maravilloso, no sabía si hacía frío, si hacía calor, si mi mamá me gritaba o peleaba con mi papá o si mi hermana estaba tirada por la droga. Para mí el mundo tomó otro cauce y este cauce se llamaba Vicente.
Ya no me sentía fea, ya no me sentía gorda, ya no sentía que nadie me quería, hasta me veía bonita al mirarme en el espejo.
Vicente y yo seguimos así varios meses, nos quedábamos en el arroyo a solas después que nuestros amigos se habían ido y nos dábamos besos y nos tocábamos las manos, la cara, los ojos y….. un día cualquiera, recargados en un árbol, los dos de pie, hicimos el amor.
Todo fue rápido por el temor de que nos vieran, no sentí bonito pues tenía miedo, él también sintió miedo, tanto que al día siguiente no se me quería acercar, toda la tarde me hizo a un lado, durante las clases no me miraba y a la hora del descanso hizo como que tenía una tarea pendiente y se quedó en el aula con otro amigo para terminarla. Cuando tocó el timbre de salida corrió con prisa y no pude hablar con él.
Así pasaron los días sin que él me buscara y solamente cruzábamos poquitas palabras entre nosotros. Yo no le preguntaba nada por temor a destruir lo único bonito que tenía en la vida.
En esas andaba yo, con mis dudas e indecisiones cuando un problemón cayó sobre mi cabeza: no me vino la menstruación. Me asusté mucho y esperé que se debiera esto a mis nervios, pero no fue así, porque al mes siguiente pasó lo mismo y entonces fui a hablar con la maestra de biología porque ella era enfermera.
Mi profesora me llevó al Centro de Salud y ahí me dijo el doctor que yo estaba embarazada.
No les hago el cuento más largo les diré que tuve a Luis, un niño gordito de cabello claro. De la secundaria me expulsaron y fue la misma maestra de biología quien me llevo a Casa Mi Ángel cuando mis padres me corrieron de la casa.
A Vanesa también la dejó su novio Rubén al enterarse de su embarazo. Mis papás no corrieron a Vanesa de la casa, porque después de Rubén, han seguido otros novios y mis papás viven del dinero que ella les logra sacar. Vanesa ya tiene tres hijos de tres diferentes padres y nadie se quiere casar con ella. Yo vivo arrepentida de que, por una sola vez nada más que lo hice, quedé embarazada. Para mi no hubo una boda, ni vestido blanco, tampoco una luna de miel en una cama de sábanas limpias con mi amado esposo al lado mío.
Para mi hubo prisa, dolor, aceleramiento, no hubo palabras dulces ni amor, hubo algo de pie y en lo oscurito que bastó para embarazarme a mis doce años, para quedarme sin estudiar y que mi futuro cambiara por completo, por sólo una vez nada más.
De la Misma Sangre
Mercedes se preguntaba día a día qué hacer de su vida, se sentía desesperada y no encontraba solución alguna a sus padecimientos.
Su mamá trabajaba de sirvienta en una casa de ricos y sólo estaba en familia los fines de semana. Su papá era albañil y llegaba todas las tardes sucio y oliendo a sudor.
Mercedes tenía un hermano llamado Pablo, de dieciséis años, que siempre andaba de vago por las calles, con una pandilla de amigos. Gabrielito era su otro hermano, tenía cinco años de edad y lo quería y cuidaba como si fuera su propio hijo, a pesar de que ella misma apenas cumpliría quince años de edad.
Mercedes vivía con el terror reflejado en su rostro y en cada unos de sus gestos. Odiaba los lunes por la mañana, ya que su mamá dejaba su hogar para ir a trabajar durante todos los días de la semana a otra casa que no era la suya.
Su terror consistía en que diariamente padecía un infierno representado en su propio padre y su hermano. Los dos hombres de la casa, sin pensar en los lazos de sangre, la acariciaban y la penetraban. Ella se sentía usada, se sentía sucia, pero más que nada sentía miedo, pues la tenían bajo la amenaza de que si decía lo que le hacían, la golpearían a ella y a su querido hermanito Gabriel hasta darles la muerte,
Esta situación ocurría desde que ella tenía nueve años, ahora estaba próxima a celebrar quince años de vida. Mercedes imaginaba que su mamá estaba enterada de esto, pero también sabía que si ella trataba de defenderla, su papá y su hermano la dejaban inconsciente por los golpes que le daban.
Cuando el papá de Mercedes abusaba físicamente de ella, la pobre muchacha cerraba los ojos y soportaba todo con dolor, pero este dolor se convertía en un terror de
pesadilla cuando era su propio hermano quien la buscaba.
Por lo general, Pablo siempre andaba con su grupo de amigotes, eran cuatro en total, y parecía que estar bajo el influjo de una droga era su estado natural.
Ella sabía que el dinero para comprar los pegamentos, el “thinner”, la marihuana y la cerveza, lo obtenían de los hurtos que cometían en el barrio de casas elegantes, al otro lado del puente. Inclusive golpeaban a mujeres y hombres solos en las afueras de los supermercados para robarles el dinero que traían en sus bolsos o carteras.
Mercedes se rebelaba al sentirse atacada por Pablo y sus amigos y los gritos de terror que le salían enardecían más al grupo de jóvenes que le daban cachetadas y la asfixiaban oprimiéndole la garganta. El resultado era una Mercedes toda llena de moretones en su cuerpo que eran visibles, y los de otra clase, los que no se veían pero que quedaban para siempre como brasas ardientes en su alma.
Una vecina la rescató un día y las dos tocaron a la puerta de Casa Mi Ángel, pues Mercedes estaba embarazada.
Por ser este un caso muy especial se llevó a Mercedes con el Dr. Carlos Guerrero, excelente ginecólogo, que en forma voluntaria atiende profesionalmente algunos casos difíciles.
El embarazo transcurrió con tranquilidad. Mercedes sentía en el albergue una paz que no tuvo nunca en su casa.
A través de las gestiones de una trabajadora social del DIF, logró que rescataran a su hermanito Gabriel de los malos ejemplos de su papá y su hermano.
En ocasiones, Gabrielito visitaba algunos días en el albergue a Mercedes y la relación de seguridad y cariño no se interrumpió.
Mercedes vivió en Casa Mi Ángel trece meses. Se le cumplió el sueño de una fiesta de XV años, en la que usó un vestido bonito y adornó su pelo con flores y lazos color lila. El sacerdote ofició una misa en la capilla del albergue, que se llenó de ramos de rosas y alegría juvenil, después, Mercedes bailó el vals con su hermano Gabrielito.
Un domingo por la mañana nació una niña grande y robusta como la misma Mercedes y tan parecidas eran que en el albergue las llamaban “Las Mercedes”.
Por intervención y gestiones del DIF Estatal se logró que una tía de Mercedes, las adoptara a ella, por ser menor de edad, y a su hija. Gabrielito pudo también integrarse a un hogar más estable.
En el Ropero
Durante el noviazgo, Felipe fue un hombre maravilloso. Trataba muy bien a Santiaga. Siempre fue puntual y se portaba dulce y complaciente con ella. Duraron cuatro años de novios y él nunca le dio motivo alguno de queja. La esperaba afuera de la oficina donde ella trabajaba y la acompañaba a su casa para que no le pasara nada en el trayecto.
La noche en que la pidió en matrimonio a sus padres, ella creía que la felicidad no terminaría nunca. Un amigo de Felipe de más edad que él fue quien hizo la petición de mano, pues sus padres ya habían fallecido. El amigo, cumpliendo con el protocolo, hizo entrega de tres vestidos a la novia, además de una canasta de fruta, el anillo de compromiso y algo de
dinero para empezar los preparativos de la boda. Santiaga estaba radiante de felicidad, sus ojos le brillaban de una manera especial y todo se debía a que estaba muy enamorada de su futuro esposo.
Juntos hicieron todos los trámites de la boda, separaron el salón para la fiesta, la orquesta que tocaría la noche de la boda y contrataron al servicio de comidas y a los meseros. Juntos eligieron también el vestido, la corona y el ramo y asistieron a las pláticas religiosas en la iglesia más cercana.
Todo resultó bien y la boda fue un éxito para Santiaga. Ella sabía que sus amigas la envidiaban, ya que se casó de blanco en una boda muy bonita y sobre todo, su Felipe era guapo, era apuesto, era trabajador y la amaba. Es que podía pedirle algo más a la vida…?
Por supuesto que sí, pensaba para si Santiaga, lo único que le faltaba para que su felicidad fuera completa era un hijo de ella y de Felipe, nacido de ese amor único que se tenían ambos. Pasó el tiempo sin sobresaltos, mientras Felipe estaba trabajando mucho para comprar una casa y Santiaga consagrándose a su hogar y al amor hacia su Felipe.
Si Santiaga tocaba el tema del hijo tan esperado, Felipe le decía que había que aguardar más tiempo.
Ella notaba que las veces que tocaban este tema él se volvía violento y eso a ella no le gustaba. Empezó a tenerle miedo y a observar sus reacciones en el rostro, en las manos y a buscar las palabras para saber qué decirle, cuándo decirle y de qué modo decirle.
Tenían casi tres años de casados cuando ella empezó a tener dudas, algo sentía raro en su cuerpo, tenía sueño, tenía náuseas y estaba engordando. Hizo cita con el médico y le confirmó sus sospechas: estaba embarazada.
Lo que debería haber sido una noticia agradable y bella se convirtió en un motivo de preocupación y de miedo. Ahora, ¿cómo le diría a su esposo que sería papá? Ella conocía a Felipe, ella sabía que no quería ser padre, al menos no por el momento, o es que, tal vez no quería un hijo en definitiva? Siempre le daba largas al asunto, no quería hablar sobre niños, ni bebés propios o ajenos y recalcaba que vivían muy bien los dos sin necesidad de otra persona que cambiara su forma de vida. Cuando se estaba haciendo notorio el embarazo, a los cuatro meses de gestación, Santiaga no encontró otra salida que dar la noticia a Felipe. La reacción de él superó lo esperado, se violentó de tal forma por
la desobediencia de ella que quebró los platos, los vasos, los floreros, los espejos, todo lo que pudiera romperse en mil pedacitos, luego tomó una escoba y con sus manos la partió en dos, con el palo de la misma empezó a golpear el vientre de su esposa para que abortara y sin importar lo que podrían ocasionarle los golpes, la encerró en un pequeño ropero de madera.
Tres días después de su encierro, los vecinos se intrigaron de no verla en el patio de la casa o en sus acostumbradas vueltas a comprar la leche o las tortillas. Le preguntaron a él por Santiaga y les contestó que estaba de visita con sus padres. Una vecina era amiga de la mamá de Santiaga y la llamó. La señora le dijo que no veía a su hija desde una semana atrás y decidieron entonces llamar a la policía. Ésta se presentó cuando no estaba el marido y gracias a que la mamá de Santiaga traía una llave que la misma le dio, pudo abrir. Al entrar a la casa vio los rastros de la violencia en los objetos quebrados y tirados en el piso, empezó a gritar llamando a su hija y unos débiles quejidos se dejaron escuchar en el ropero.
La señora salió de la casa, llamó a la policía y entraron a rescatar a Santiaga, que estaba exhausta, deshidratada y asustada de su encierro, pero lo peor era que no se escuchaba latir el pequeño corazón de su bebé.
El DIF del municipio de Santa Catarina la llevó a Casa Mi Ángel. La mamá de Santiago se sentía incapaz de ayudarla, pues temía a la violencia de su yerno. En el albergue Santiaga encontró un refugio seguro; por lo visto su bebé también, pues su corazoncito empezó a latir con fuerza. Sin la presión de Felipe, el embarazo se desarrolló normalmente y
Santiaga inició un curso de corte y confección.
De carácter alegre y muy compartida organizó a sus compañeras y con trozos de tela donados por Cáritas confeccionaban, bordaban y tejían camisetitas amarillas, zapatitos rosas y azules, listones blancos y toda
clase de primores para sus futuros bebés.
Alternativas Pacíficas, institución de apoyo a la mujer maltratada, le brindó protección para salvaguardarla de su esposo mientras esperaba a su niño.
Y sí, fue un niño precioso y ¡claro!, debido a las manos hacendosas de su mamá, nació envuelto en pañales de seda.
Nueve Lunas Dos Hermanas
Que una hija se embarace sin estar casada es motivo de alarma y angustia para cualquier padre, pero que dos de sus hijas estén esperando un bebé cada una, puede ocasionar una catastrófica tormenta en un hogar.
Esto le sucedió a Don Filemón Guajardo. Antonia y Altagracia, sus dos hijas, le notificaron su embarazo al mismo tiempo.
Los novios de las dos, que eran amigos, desaparecieron en cuanto se enteraron de la noticia, pues sabían de la fama de pistolero del futuro suegro. En un pueblo, estar embarazada sin haber usado el vestido blanco en la iglesia constituye una deshonra sin comparación alguna.
Y aunque casarse de blanco era el sueño de Altagracia y Antonia, se confiaron a sus novios y ellos les fallaron.
Nacidas en un pequeño pueblo del Norte de México, perdieron a su madre siendo muy niñas aún. El padre viudo se consagró a ellas con más buenas intenciones que conocimientos sobre como educarlas.
Don Filemón se caracterizaba por ser un hombre rudo e intolerante que las trataba más como sirvientas que como hijas. En el pueblo tenía fama de “matón” y golpeador. Lo de “matón” era de dudarse, pues aunque siempre traía una pistola que hacía visible a todo el que pudiera, nunca se supo que la hubiera usado, pero lo de golpeador era otro cuento y esto si era verdad. Por cualquier motivo o la mínima falta cometida por sus dos hijas arremetía contra ellas a golpes. Usaba para el castigo una correa de cuero que mojaba antes de pegarles para que, de esta manera, les dolieran más los latigazos.
A diario se suscitaban pugnas, por la limpieza de la casa o porque “¡No me calentaste las tortillas a mi gusto, huerca del demonio!”, o porque “¡De tan caliente el caldo me quemé la boca!” y se paraba de la mesa para propinar el bofetón en la boca a la hija que resultara culpable.
Don Filemón prohibía salir de su casa a Antonia y Altagracia, las tenía viviendo como en una prisión, no les permitía acudir a la escuela y sólo pudieron terminar la primaria.
Sus únicas salidas eran a la iglesia y al mercado, acompañadas de una vieja tía para infundir respeto.
Así llegaron Altagracia y Antonia a los diecinueve y diecisiete años de edad, sin saber mucho de la vida por la reclusión forzada y por el carácter de su padre que se volvía más agrio a medida que iba envejeciendo.
En una ocasión Altagracia se sobresaltó al escuchar una voz hermosa que cantaba tras de sí en la iglesia. Dio la vuelta con discreción y se encontró con unos ojos más azules que el cielo mismo.
A la salida de misa conversaron un momento los dos ante el silencio de Antonia, que se mostraba nerviosa por el atrevimiento.
Al siguiente domingo, el de la hermosa voz llevó a un amigo, quien se prendó inmediatamente de Antonia.
Cualquier momento del día lo aprovechaban las hermanas para verse a escondidas con sus novios, pues conseguir el permiso para salir con ellos hubiera sido imposible. En su hogar la palabra “novio” era impronunciable.
Un jueves, Don Filemón tuvo que salir de viaje a comprar una maquinaria para el rancho y los novios abusaron de la ingenuidad de las hermanas al saber que nadie las defendería.
Tres meses después, el padre de Altagracia y Antonia se dio cuenta del embarazo de sus hijas. Inmediatamente, sin protesta de por medio, dio la orden del abandono de la casa paterna, sin retardo alguno. Si no, no faltaba más, accionaba la pistola y él mismo mataba a las mal nacidas de sus hijas.
Los novios de Altagracia y Antonia cruzaron la frontera hacia Estados Unidos sabiendo que Don Filemón podía tomar venganza en ellos.
Las dos hermanas abordaron un autobús en su pueblo y pidieron como destino Monterrey. En esta ciudad llegaron a la primera iglesia que encontraron y el párroco de la misma les dio la dirección de Casa Mi Ángel.
En el albergue conocieron a Miriam, con quien hicieron amistad, y ya nacidos los bebés de las tres jovencitas, buscaron un apartamento donde vivir.
Hicieron un arreglo: dos de ellas se dedicarían a trabajar y la otra a cuidar los bebés. Antonia y Altagracia ruegan porque sus hijos no hereden el carácter del abuelo Filemón.
Amenaza de Muerte
El Centro de Ayuda a la Mujer (CAM) de Sonora recibió un caso complicado. Un alto funcionario del gobierno embarazó a una chica; la quería obligar a un aborto. Si la muchacha no accedía a esto, la solución era fácil: la muerte para ella y su hijo.
Katty era una mujer muy hermosa. De cuerpo perfecto y grandes ojos verdes; fue elegida Reina de Belleza de la universidad donde estudiaba.
El día del Certamen de Belleza como miembro del jurado estaba invitado un destacado político, quien esa misma noche empezó a enamorarla.
Katty nació en Sonora y nunca había salido de Hermosillo, la ciudad donde vivía. El color moreno de su piel contrastaba con el verde de sus ojos. Su rostro era delicado, suave y mostraba una seriedad muy poco usual en la juventud.
Katty casi nunca sonreía y hablaba muy poco. Las conversaciones las mantenía con frases cortas de su parte. Esto no desanimaba a sus pretendientes, sino al contrario, se preguntaban qué escondía aquella seriedad extrema.
Sus padres la querían mucho, se distinguía por ser una hija obediente y estudiosa, que evitaba toda clase de problemas y pocas veces acudía a las fiestas y reuniones que organizaban sus compañeros de clases.
No obstante su poca sociabilidad, sus amistades la querían bien y debido a sus buenas acciones no suscitaba envidia alguna.
Cuando la propusieron como candidata a Reina Estudiantil, ella no quería, pues era modesta y discreta en su conducta. Así es que resultó una verdadera sorpresa que aceptara competir y que obtuviera la corona de belleza por sobre las otras competidoras de carácter más sonriente y alegre.
La noche de la coronación se veía elegante y demasiado hermosa. El funcionario de gobierno que fungió como jurado no pudo resistirse a sus encantos.
El hombre, tenaz, persistente y seguro de lograr lo que quisiera escudado en su poder, su dinero y a base de costosos obsequios, inició su asedio. No le dio a Katty la opción de decir un “no”. Él le demostraba su interés en todo momento y la llenaba de detalles que halagarían a cualquier mujer.
Todas las tardes estaba un chofer en un lujoso vehículo a la disposición de Katty. Su nuevo rico y poderoso pretendiente no quería que otros ojos la vieran.
El asedio rindió sus frutos, ella era joven e inexperta, él era un hombre de mundo, que sabía cómo hablarle, qué palabras decirle, cómo tocarla, qué obsequiarle y el mundo simple de Katty cambió. No se dio cuenta en qué grado, hasta que se descubrió deseándolo y queriéndolo ver sin importar que él fuera treinta años mayor que ella.
Katty a veces se escapaba de clases y él estaba esperándola para llevarla a comer a restaurantes elegantes que en ocasiones estaban en otra ciudad, pues un piloto y un avión los trasladaban de un lugar a otro en cuestión de horas.
Este mundo deslumbrante convenció a Katty de que él la amaba y de que no podía divorciarse de la esposa debido al alto cargo público que desempeñaba.
Un buen día a Katty se le retrasó su período. Se sintió asustada con la suspensión de su menstruación y se hizo una prueba casera que resultó positiva. Estaba embarazada.
El miedo se apoderó de ella. ¿Cómo daría la noticia a sus padres que tan bondadosos eran con ella? ¡Vaya! si ni si quiera sabían que ella tenía un novio y mucho menos que éste fuera casado y treinta años mayor que ella. La
noticia destruiría a sus padres que le tenían una absoluta confianza.
Luego pensó en su abuelita, su dulce y querida abuelita que le daba consejos siempre que la visitaba, pero, y Carolina, su hermanita pequeña… ¿Cómo explicarle a una niña de diez años de edad sobre su embarazo? ¿Y sus amigos en la universidad? ¿Y sus tías? ¿Y las amistades de su mamá? ¿Y el jefe de su papá? Pensó, pensó, pensó todo un día en todos los que la rodeaban que se sintió enferma de verdad y empezó a vomitar.
Pero si sintió miedo al pensar en su padres y amistades, nunca imaginó el terror que sufrió al darle la noticia al alto funcionario de gobierno. No podía llamar a este señor su novio, pues de hecho él nunca se divorció. Al saber que ella estaba esperando un hijo de ambos, él le dio un bofetón en la cara.
-Por estúpida. ¿Cómo pudiste descuidarte? ¿Qué no comprendes los problemas que me ocasionas? Si la prensa se entera me destruye y mi mujer se divorciará de mí.
-Esto está bien- le dijo ella con timidez. –Si te divorcias te podrás casar conmigo.
-¿Eres tonta o te haces? Mi mujer me sacaría mucho dinero y eso no me conviene. Ahora mismo te llevaré a un médico para que te haga un aborto.
A Katty le dolió el bofetón en el rostro, pero más le dolieron las palabras que él pronunció, pues en su ingenuidad ella pensó que él la amaba y que se casaría con ella.
Katty le dijo que no deseaba por ningún motivo un aborto.
-No te hagas problemas por mí, déjame tener a mi hijo y nunca sabrás más de mi existencia.
-¿Y tú crees que yo te creeré? Las mujeres piensan en aprovecharse de uno, si no, dime entonces ¿porqué te embarazaste? pues la respuesta es sencilla, para pescarte un marido ni más ni menos.
-Yo no me embaracé sola, tú también participaste- le respondió Katty.
No terminó de decir esto cuando el arremetió de golpes contra ella y la dejó tirada e inconsciente en el lugar donde estaban.
Katty no quiso abortar, entonces el empezó a perseguirla. Su asedio era muy diferente al anterior cuando la pretendía, ahora no era el asedio del amor, era el asedio de la muerte.
El amenazó con matar a Katty y a su bebé para no dejar rastro alguno que pudiera implicarlo y desestabilizar su situación de hombre casado y exitoso.
Desesperada, Katty acudió al Centro de Ayuda a la Mujer de Sonora (CAM), pues temía que la mataran a ella y a su bebé.
Katty quería a su bebé, pidió ayuda y el CAM la trasladó a Casa Mi Ángel en Monterrey.
En este lugar vivió Katty protegida y segura. Que tuvo un niño regiomontano, decía ella, pues madre e hijo se quedaron a vivir en estas tierras.